Conventos de clausura: la historia de tres monjas que dejaron los hábitos

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Grandes rejas de hierro unen el piso con el techo. Otras son de madera, con el entramado de las varillas tan pequeñas que ni siquiera pasa el dedo de una mano. Así fueron

concebidos los conventos que se construyeron en el siglo XVII.

Las rejas son un ícono de los monasterios de monjas de clausura y el argumento decía que servían para “regular el tiempo que las consagradas le dedican al esparcimiento y a la socialización, equilibrándolo con los quehaceres cotidianos”. Otra teoría más poética indicaba que “del lado de adentro de las rejas” solo podían mirar a Dios.

Más de tres siglos después todavía existen los monasterios de clausura. En ellos viven monjas dedicadas a la oración y el trabajo. Y, como en todo hogar, hay quienes viven allí para siempre y otras que deciden irse. Clarín habló con tres mujeres que estuvieron adentro y que decidieron continuar su camino, del otro lado -de este lado- de las rejas. 

Conventos. Allí viven monjas dedicadas a la oración y el trabajo.
Conventos. Allí viven monjas dedicadas a la oración y el trabajo.

 “Mucha gente dice que yo me escapé”

“Por la forma en la que me fui se puede interpretar que me escapé”, cuenta Florencia Luce, quien pasó 12 de sus 62 años en un convento. Y explica que si bien intentó irse muchas veces, un día tomó la decisión definitiva.

 “Pasaron cierta cantidad de cosas que me hicieron tomar la decisión de no hablar más con mi guía espiritual sobre el tema. Escribí una larga carta explicando todo. Y ahí agarré un par de cositas y me fui”.

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Su salida del convento parece simple aunque no lo fue. De todas maneras, su ingreso, a los 19 años, fue aún más discutido: “Empecé a acercarme a la iglesia e ir a charlas de seminaristas y curas. Al mismo tiempo tenía una crisis típica de la adolescencia”, dice. Y explica la postura familiar: “Todos estaban en contra. Mis padres me decían que el convento no era para mí, que esperara, que trabajara. Bueno, el resto ya se sabe, no les hice caso a mis padres y entré”.

El recorrido de Florencia como consagrada tuvo momentos de altibajos. En sus 12 años dentro del convento vivió numerosas crisis vocacionales, pero al hablar con su tutora espiritual, la Madre superiora, siempre le daba otra oportunidad a la Fe. Las preguntas que se hacía Florencia eran profundas, pero no podía exteriorizar sus emociones: “Tenía a mis amigas, pero no podíamos contar nuestras cosas. No abríamos nuestro corazón”.

Florencia Luce, hoy.
Florencia Luce, hoy.

Cada convento de clausura tiene su propia dinámica. Y a pesar de que muchos empiezan a transicionar hacia una mayor apertura, "las barreras suelen ser de las propias monjas", cuenta. “Yo tenía dudas por todos lados. De quedarme y de salir. También se jugaba el miedo. Tantos años. El fracaso”, detalla. Y también la culpa frente a la institución: “Uno hace votos solemnes ante la iglesia. Hay un documento firmado por el Papa. Todas esas cuestiones hacen que sea muy difícil tomar esa decisión de irse”.

Tras un viaje a Francia, a otro convento de su misma congregación, Florencia pudo abstraerse, clarificar qué sentía y dar el paso. La decisión fue difícil, le tomó casi un año desde su regreso. Pero la partida pareció más simple: “Como yo era una de las pocas que manejaba, todos estaban muy acostumbradas a verme entrar y salir. Y ese día a nadie le llamó la atención. Dije que tenía que salir y me abrieron la puerta”. Una vez afuera, el regreso a la casa de su familia fue comparable, paradójicamente, con la parábola del hijo pródigo. “Tuve mucha suerte de tener gran contención de parte de mi familia. Mis hermanos estaban de fiesta cuando volví. No lo podían creer”, recuerda Florencia. 

En su vida post conventual Florencia se dedicó a la enseñanza del castellano, estudió literatura y escribió El canto de las horas, una novela inspirada en su experiencia. Se casó, tuvo una hija y ahora vive en Estados Unidos. 

“Son doce años en que estuve lejos de la realidad. Viví experiencias muy fuertes también, que me marcaron muchísimo, pero me perdí doce años del mundo. De películas, música, actores...Yo no tenía ni la menor idea de lo que hablaba la gente”.

En cuanto a la sexualidad, nunca la vivimos como un problema. En todo caso, fue un paréntesis. Estaba tan sublimado el sexo allí adentro que no era un sacrificio ni nada parecido.

Para quienes piensan en entrar a un convento, Florencia tiene un consejo: “Pará un poquito, apretá el freno, no te precipites. Andá, tené experiencias en otros lados, trabajá, viajá, o lo que puedas, lo que cada uno pueda hacer, pero no entres todavía a un monasterio de clausura, porque es una decisión inmensa y no hay apuro. Porque, realmente, ¿qué apuro tiene Dios en que vos le entregues la vida?”.

“Lo más difícil fue salir"

Cecilia Arias tenía 24 años cuando tomó la decisión de entrar en el Carmelo de Santa Teresa de Lisieux, en Ciudad de Buenos Aires, pero ya llevaba más de dos años pensándolo. Después de estudiar el profesorado de Educación Especial, se encontró con una impotencia muy grande. La decisión, asegura, fue libre: “Nadie me presionó, yo fui libre para elegir. Nadie me apuró para entrar, nadie me quiso convencer”. Y aunque fue difícil elegir ese camino, afirma: “No sé si me pesó tanto entrar, me parece que es más difícil salir”.

Cecilia estuvo cinco años en el convento. Hizo votos simples, a los que define como “un noviazgo”, pero no llegó a la profesión solemne, el “casamiento” con la vocación. Podía salir a votar y otras actividades, y hasta pudo cuidar a su padre en el hospital durante una grave enfermedad.

“Yo tenía mucha libertad. ‘Ama y haz lo que quieres’, dice San Agustín. Si vos realmente estás tan unido a Dios, lo único que hacés es amar a los demás. Eso es muchísima libertad”. Los prejuicios sobre esa vida, para Cecilia, vienen por el desconocimiento: “Yo trabajo con chicos con necesidades educativas especiales, y la gente me dice algunas cosas que no tienen ni idea o porque no trataron eso. Pasa con un montón de rubros”.

Vida contemplativa. "El renunciar a todo y solo dedicarte la oración es un decir, porque no es que estás las 24 horas rezando", dice Cecilia.
Vida contemplativa. "El renunciar a todo y solo dedicarte la oración es un decir, porque no es que estás las 24 horas rezando", dice Cecilia.

Un día Cecilia se dio cuenta de que ser monja de clausura no era el camino que quería para su vida. No hubo trabas del Carmelo para salir, sino más bien las dificultades internas propias de cualquier decisión que implica cambiar el rumbo. “Yo tuve la suerte, porque  me ofrecieran trabajo en la semana de salir del convento. Pero yo pedí un tiempito para volverme a juntar. Es como cuando alguien decide no estar más en pareja con alguien: también tiene un momento de hacer un duelo. Acá es lo mismo”.

Ahora casada y con una hija, mira para atrás con cariño. Cecilia sigue en contacto con el convento, y hasta menciona que fue a visitarlo justo después de su fiesta de casamiento. “Sin dejar de lado la doctrina y las convicciones religiosas y demás, el amor de Dios lo descubrí en el Carmelo: el amor de Dios humano, el cercano. El Carmelo me dio una sabiduría desde Dios y el ver las cosas de otro modo”, asegura. ¿Se perdió de algo por esa vida? “Para nada. Diría que gané un montón, tanto que ahora debería entrar dos o tres años para volver a tomar fuerza y seguir adelante”, concluye.

“La oración llega a todo y a todos. El renunciar a todo y solo dedicarte la oración es un decir, porque no es que estás las 24 horas rezando. Tu vida en realidad es oración, desde que te levantas hasta que te acostás. Para sostener la vida de la Iglesia se necesita la oración, y las Carmelitas, como otras órdenes religiosas que están llamadas a la contemplación, serían eso: el corazón de la Iglesia”, explicó Cecilia.

Esa contemplación no implica sustraerse de lo que pasa en el mundo, aunque sí cierto aislamiento. Hay tiempos de “recreo” y de distensión, en donde se puede leer libros y ver películas, por ejemplo. A la hora de informarse, en algunos conventos se leen las noticias y hasta si hay algún suceso significativo también pueden ver televisión. Otras veces las noticias llegan por las personas que se acercan al convento para pedirle a las monjas que recen. En la actualidad, las monjas de contemplación pueden tener y utilizar el celular, aunque no lo llevan todo el tiempo encima ni contestan los mensajes de WhatsApp enseguida.

Como cada convento “tiene sus reglas”, la flexibilidad no es igual en todos. Cecilia habla de su experiencia: “Yo tenía mucha libertad. Depende de lo que llames libertad también. El voto de obediencia, dice, es más difícil: “Ni la pobreza, ni la castidad, esos no son difíciles, pero la obediencia es la peor”. Y remarcó que no podía “abrir su corazón” con sus hermanas, sino que todos sus procesos internos debía hablarlo con la madre superiora: “La monja no debe hablar de sí misma, de sus problemas. No podés contás sobre tu interior”. En el caso de las Carmelitas descalzas, la figura de Madre superiora recibe el nombre de Priora, es la primera entre hermanos.

¿Pueden salir del convento? Aunque son de clausura, Cecilia cuenta que pueden salir a hacer compras, a votar o a visitar familiares enfermos. 

"Ahora estoy felizmente de novia"

Valentina tuvo su experiencia junto a las Carmelitas Descalzas. Estuvo solo tres meses, pero los describe como “los más hermosos” de su vida. Sin embargo, durante su estadía descubrió que “Jesús quería que yo esté ahí, pero no para toda la vida, sino para ver que mi corazón siempre iba a pertenecer a él”.

Algunos meses después, recibió el “llamado al matrimonio” y, ahora, está felizmente de novia y trabaja en la docencia de Ciencias Sagradas. Su convicción es la misma: no importa cuál sea la vocación, mientras que la entrega sea total a Jesús.

Valentina no creció en una familia religiosa y su acercamiento a este nuevo mundo fue a través de una amiga del secundario que la invitó a participar de un grupo juvenil "para acercarse a Jesús".

Lecturas. "El sexo en el convento está tan sublimado que no era un sacrificio ni nada parecido".
Lecturas. "El sexo en el convento está tan sublimado que no era un sacrificio ni nada parecido".

A partir de allí comenzó a visitar con más frecuencia a las religiosas y, a su vez, mantuvo conversaciones durante tres años con un sacerdote. “Uno tiene que quedarse en donde más cómodo se siente, sentir que es para vos. Es todo un proceso de discernimiento, no es que de un día para otro decís ‘quiero ser monja’ y te quedas ahí”, describe. Y agrega que es una etapa muy larga en la que se respetan los tiempos personales y que empieza con un llamado relacionado a la vocación: “Para algunos ese llamado es no casarse con otras personas y entregar el corazón entero a Jesús y a la Iglesia”.

Tendencia que preocupa a la Iglesia: hay cada vez menos monjas

En Argentina no hay datos actualizados sobre la cantidad de monjas de clausura que existen. El Anuario Pontificio de 2018, documento emitido por el Vaticano a través de L'Osservatore Romano, mencionaba 7. 358 monjas en el país, sin distinguir entre clausura y otras órdenes.

Según la hermana Sandra del Monasterio San José de las Carmelitas Descalzas de Buenos Aires, antes había unas 21 monjas por monasterio de esta congregación. Actualmente es difícil llegar a esa cifra.

A nivel global, el Anuario Pontificio 2022 y Annuarium Statisticum Ecclesiae 2020 informan que hay 10.553 monjas menos que en 2019. El número pasó de 630. 099 en 2019 a 619.546 en 2020. América experimentó un descenso del -2,8 % en el número de mujeres consagradas, con una tendencia preocupante para las comunidades religiosas en la región. En este contexto, las Carmelitas Descalzas en Argentina tienen dos constituciones diferentes, con 13 monasterios adheridos a cada una de ellas.

Las monjas de clausura en Argentina, también conocidas como "monjas artesanas", se sostienen principalmente a través del trabajo manual: elaboran productos para la venta al público y reciben donaciones y colaboraciones de la comunidad. Además, las monjas han adaptado su vida al uso de la tecnología actual, ya que ahora permiten el uso del celular para ciertas actividades, como sacar turnos médicos y hacer pedidos online.

La hermana Sandra también describió que el proceso de ingreso a la vida de monjas de clausura también ha experimentado modificaciones. Antes, quienes ingresaban eran muy jóvenes, pero en la actualidad se busca recibir candidatas que hayan realizado una formación previa, como una carrera o hayan tenido experiencia laboral.

El tiempo de formación también se ha extendido, siendo ahora un proceso de 10 años, legislado por la Iglesia. Además, se solicita un psicodiagnóstico para evaluar la idoneidad y la madurez psicológica de la candidata, asegurando que esté preparada para abrazar la vida contemplativa y la clausura.

Santiago Basso, Claudia Cabrera, Sol Clemente y Tomás Deagustini, de la Maestría Clarín-San Andrés