Primero lo primero: fue un partido de fútbol con una connotación política innegable. Casi como si alguien hubiera digitado que la batalla cultural del fútbol argentino –una batalla que quiere pero
no puede instalar este gobierno: SAD vs. asociaciones civiles– se debía dirimir en una cancha, Estudiantes y Barracas Central se cruzaron en estos cuartos de final de la Copa de la Liga.
El duelo tenía algo de morbo: el club de Juan Sebastián Verón, que quiere promover la llegada de capitales privados a los clubes bajo el formato alemán del 50+1, contra el club del presidente de la AFA, Claudio Tapia, que por primera vez en su historia llegó a una instancia decisiva del principal torneo de Primera, siempre observado con cierto recelo por algunos fallos arbitrales que lo favorecieron.
Antes de que empezara el partido, eso se sintió: la enorme multitud del Pincha –que era mayoría en la cancha de Platense– cantó e insultó contra Tapia. Y una vez que empezó el partido, lo que se sintió fue una diferencia de jerarquía. El gol llegó rápido, al minuto, cuando Carrillo dominó la pelota tras un centro y definió perfecto. La clave fue el control orientado: con un toque, el delantero acomodó la pelota con su cuerpo y solo le quedó abrir el pie.
Esa ventaja temprana tranquilizó a Estudiantes, que siempre dominó el desarrollo del partido. Casi nunca estuvo en duda la victoria, salvo en un instante en que Wanchope Ábila quedó solo frente al arco y desvió su cabezazo por arriba del travesaño. Eso fue un espejismo, porque antes y después el equipo de Domínguez mantuvo el control del partido.
Terminó de cerrarlo a los 17 del segundo tiempo, cuando otra vez Carrillo definió tras un centro rasante de Correa, el asistente que después se convirtió en goleador, ya sobre el final, para decorar el resultado. Con esa dupla de ataque (Carrillo-Correa, a la que también se podría sumar a Méndez), el Pincha tiene argumentos suficientes como para ilusionarse con volver a festejar, como hizo hace poco con la Copa Argentina.
