Mundos íntimos. La hermosa historia de una amistad entre una mujer adulta y su vecino de cuatro años durante la pandemia.

Sociedad
Lectura

Volví a tocar el piano. Lo tenía abandonado. El piano de casa no se va, les había dicho a mis hijos cuando cada uno de ellos se fue a vivir solo.

Hacía diez años, había intentado volver a ese viejo amor. Pero no pude. A pesar de haber tocado Bach, Mozart, Clementi, me sentía una analfabeta. Insistí. En mayo de ese 2020 llamé al profesor de mis hijos y empecé a tomar clases por zoom. Volví a sentir el placer de deslizar mis dedos por el teclado. Unos días después, recuerdo que ya era de noche para salir a tocarle el timbre a Luchi, lo llamé por video llamada y jugamos a buscar al ladrón con música de fondo. Yo improvisaba, tocaba cualquier cosa en el piano y él, con su ue ue ue de la sirena del patrullero. Luchi cerró la puerta de su habitación. El juego era solo nuestro. Nadie nos podía molestar. Pasamos un buen tiempo hasta que la madre lo llamó. Te mando un beso a la distancia, me dijo, y me saludó con la mano. Era la primera vez que me decía eso. Me levanté de la silla conmovida. Me dio pena que un niño de cuatro años pronunciara esas palabras: un beso a la distancia. También alegría. La ternura iba y venía entre nosotros. Y me hacía bien.