Esta última excepción -que vuelve confusas las barreras entre un auténtica prohibición, como sí está claro para las primarias, y apenas una reglamentación "a medida" de cada secundario porteño- genera algunas
dudas en la comunidad educativa. Y, principalmente, entre padres y madres, sobre qué pasará en realidad con estos intrusos techie entre los pupitres, ya que la normativa porteña dice que las escuelas pueden ser más restrictivas en sus propios protocolos.