Vivimos en una época donde los directivos no tienen tiempo para pensar. Y si no piensan, no es porque no quieran; es porque están atrapados en un ciclo interminable de reuniones,
correos electrónicos y decisiones rápidas. Este es el cáncer del liderazgo moderno: la incapacidad de detenerse a reflexionar. Se habla mucho de la necesidad de innovación y estrategia, pero ¿cómo puede florecer la innovación sin el tiempo necesario para la introspección?